jueves, 29 de abril de 2010

no me mientas más, facebook

De cómo quise hacerme amiga de Rosario Bléfari y me rebotó

Soy plenamente conciente de que los parámetros de amistad que se manejan en facebook no son los convencionales. Háganse la siguiente pregunta: ¿con cuántos de tus contactos estarías en condiciones de tomarte un fernet el próximo sábado? Es muy probable que la respuesta no incluya a más del 3 % de tu lista. Con tus amigos "posta" hablás por teléfono, chateás por messenger mientras te hacés el ocupado en la oficina, vas a sus cumpleaños o te juntás a ver Lost los miércoles. Teniendo esto muy claro decidí "hacerme amiga" de Rosario Bléfari; por una razón muy sencilla, me resulta muy complicado averiguar cuándo y dónde toca, tan linda y tan off que es ella. Con la ilusión de encontrar en su "muro" (chicos, chicos, algunos términos son tan desafortunados) toda la información necesaria cliqueé sobre el preciado botón para recibir la siguiente respuesta: Lo sentimos, Rosario Bléfari ya tiene demasiados amigos. ¿Me están jodiendo o yo entendí mal? ¿No alienta el primer artículo de la carta magna facebookera a acumular amistades? En fin, algo desairada me sentí. Como si la misma Rosario me hubiese hecho pito catalán desde el ciberespacio. Por lo menos soy amiga "posta" de Tomi Lebrero.

Cosas que me dejan sin palabras empezando por




La primera obra pertenece a la colección del MNBA, buscaré otras excusas para viajar.

miércoles, 28 de abril de 2010

Tanguito

El pasado fin de semana descubrí que me cae pésimo Edmundo Rivero. Otra suerte corre Discepolín que me cae regio a pesar de hacerle decir a la protagonista de Cuatro corazones cosas como "porque una mujer que se equivoca lo ha perdido todo". Menuda presión, mami. ¿No te parece mucho? Me indigna hasta la elección de tiempos verbales. La mujer en cuestión ya perdió todo al momento de equivocarse. De locos.

Queriendo ser amiga de Dorothy Parker

That would be a good thing for them to cut on my tombstone: Wherever she went, including here, it was against her better judgment.

domingo, 18 de abril de 2010

lunes, 12 de abril de 2010

Ring ring Balvorín

Ya lo dijo Freud, la falta es el motor del deseo. Durante meses el teléfono durmió en el más absoluto olvido, negro y triste sobre un estante de la biblioteca. ¿Para qué levantar el teléfono si puedo mandar sms, mails, mensajes en Facebook; enterarme de la vida de los que me interesan a través de sus blogs y páginas personales? Bastó que el aparatito quedara sin tono para que sintiera la imperiosa necesidad de consultar la hora en el 113, reclamar a mi proveedor de internet por la lentitud de la misma, hacer consultas en el 0800 de la AFIP o pedir helado justo cuando me quedé sin crédito en el celular. ¿Cómo sobrevivir sin teléfono? A eso se sumaba el inconveniente principal, la imposibilidad de levantar los mensajes. ¿Cuántas personas habrían dejado un mensaje desesperado preguntándose dónde estaríamos? ¿Y si justo llamaron ofreciendo algún trabajo? ¿Algún viaje a Tailandia sin cargo? Hoy llegó el tan esperado operario de Telecom. Una de esas personas irremediablemente confianzudas que al minuto te inventaron un sobrenombre, te piden algo para tomar y se sientan a contarte que viven en Parque Chas, que también tienen un gato, que salieron el fin de semana y por eso tienen sueño (y un olor a alcohol que voltean), que "vamos a la terraza a ver qué onda con el cable, Candy?". No era su exceso de confianza lo que me molestaba, tampoco me sentí amenazada (lo siento por Santo Biassati, pero no creo que todas las personas del mundo me hagan preguntas con la intención de robarme, asesinarme y tirar mis restos en un pastizal), era el tiempo que estaba demorando en conectar el condenado cable roto. Luego de un monólogo sobre los inconvenientes de las conexiones al aire libre, los intríngulis de algunas terrazas y un solapado galgo (cualquiera que me diga que parezco de 25 y que se nota que hice danza tiene segundas intenciones), operario buena onda partió en su mini-traffic. ¡Al fin! A solas con mi teléfono y sus misteriosos mensajes. La primera desilusión fue enterarme de que solo teníamos dos mensajes nuevos, la completa desazón llegó al escuchar la voz temblorosa y algo indignada de mi abuela diciendo "a ver si me llamás, María Candelaria" y una excitada señora anunciando que ganamos un Renault, solo pagando 24 cuotas de no sé cuántos pesos. Creo que lo que peor me cayó fue que mi abuela solo hubiera llamado una vez. Raro.

jueves, 8 de abril de 2010

miércoles, 7 de abril de 2010

Wishing and hoping

Quiero vivir en una casa pequeña con un gran jazmín del país cerca del río.

martes, 6 de abril de 2010

Vituperante

lunes, 5 de abril de 2010

Sobremesa

Grande fue su sorpresa al descubrir que en ese pueblo en apariencia tranquilo y de casas bajas no eran todos amigos. Imaginen su desconcierto cuando notó que no solo no se conocían todos, sino que dedicaban largas horas de sobremesa a establecer y reestablecer los más finos vínculos de parentesco entre sus habitantes. ¿Cómo era posible que no supieran si es Susana la que se casó apenas terminó el colegio y se fue del pueblo o si, en cambio, fue María, la más joven de las hijas de Don Leiva? ¿Era realmente necesario repasar el árbol genealógico de los Gamarra para establecer cuál de ellos es el contador y quién el abogado? ¿Qué es lo que resulta tan enigmático sobre la cantidad de hijos que parieron todas la mujeres de cierta familia que vive cerca del puerto?
Para un recién llegado esta especie de ¿Quién es quién? recitado durante el almuerzo puede ser un disparate, ¿no tienen cosas más importantes que discutir? Hilando fino, se puede pensar que, si bien es cierto que no son todos amigos, sí se conocen todos. Por lo menos a grandes rasgos. Estos "grandes rasgos" se manifiestan en categorías bastante delineadas: ocupación, filiación política, parentesco, estado civil, relaciones cercanas, etc. De esta manera: "Don Juan, a quien llamaban Botín cambiado, radical a rajatabla, tenía la talabartería en la entrada del pueblo, era el padre de María, Mirta y Delia, esta última casada con Larrañaga, el zapatero del barrio de la Estación, y era íntimo amigo de un primo de tu abuelo...". Intuyo que así, en el divagar de las tres de la tarde nos sentimos todos menos anónimos.
Flotando sobre el Paraná. Te envidio, camalote.